La observación de los solsticios data de miles de años. Los astrónomos de entonces supieron calcular a simple vista las trayectorias planetarias logrando acertar de manera increíble sus cómputos y dejándonos datos asombrosamente exactos. Era cuando la Astronomía y la Astrología iban de la mano
Supieron ver que a partir de un determinado momento del año el Sol subía o bajaba, disminuía su luz y creían que debían loar al astro rey para que siguiese iluminado las tinieblas. Así presumiblemente empezaron los rituales de adoración al Sol que fueron especialmente intensos durante las dinastías faraónicas y en tiempos greco-romanos. Reverenciaban al Sol porque era la fuente de energía primigenia y los distintos rituales incluyendo fiestas de agradecimiento, eran muy celebradas. Estaban sin saberlo, -o tal vez no-, venerando o congraciándose con el símbolo más importante de la creación, lo que en Cábala asociamos al Yo Superior, a la Chispa Divina, representante de Kether en la manifestación física de la existencia.
El poder del Sol es el poder de la sanación, es la conexión con la vida y con la chispa divina que anida en nuestro corazón.
Durante el imperio griego el solsticio de verano se conocía como la Puerta de los Hombres, el solsticio de invierno, como la Puerta de los dioses.
Celebrar el solsticio es reconectarnos con esta antigua sabiduría, con la memoria de la tierra, con las culturas y leyendas que nos precedieron, con la esencia del mismo universo de donde provenimos. Es traspasar esa puerta que más que imaginaria, es real en otra dimensión. Somos seres multidimensionales y es el momento de experimentar la vida desde otros ángulos o planos de la realidad.
Traspasar la Puerta de los Hombres y la Puerta de los Dioses nos permite penetrar en la dimensión del espíritu del motor de todo lo creado, desde el interior, lo etérico a lo exterior y físico. Cuatro estaciones en el año incluyendo el simbolismo de los equinoccios; Cuatro Imaginaciones Cósmicas como diría el filósofo francés Gaston Bachelard, que nos acercan a la auténtica belleza y grandeza de nuestra esencia solar cuando los equinoccios y los solsticios nos ponen en contacto con esos portales de luz. Vivimos a expensas del Sol pero ignoramos su verdadera dimensión. Los Solsticios nos recuerdan que hay algo más grande que nosotros y es que estamos unidos al corazón central del universo que se encuentra más allá de nuestra estrella-guía, con una luminosidad 2400 veces mayor, se trata del Gran Sol Central, Alcyon, la estrella más brillante del cúmulo de las 7 hermanas que forman las Pléyades en la constelación de Tauro.
Ya es conocida la influencia de las Pléyades en nuestro mundo. El astrónomo Paul Otto Hesse considera que el Sol es la octava estrella de las Pléyades. La historia de la tierra está emparejada a las hermanas o estrellas de las Pléyades, estas son: Alcyon, Atlas, Maia, Taygeta, Celaeno, Merope y Electra. Las Sagradas Escrituras se refieren a ese conjunto de estrellas y a los Pleyadianos como ancestros que junto a los Dioses Creadores participaron en la organización de nuestro universo.
En el libro de Job encontramos, “Acaso puedes atar los lazos de las Pléyades, o desatar las cuerdas que sujetan Orión”, (38:31) y en el Apocalipsis, (9 y 10), hay pistas acerca de la relación de la estrella más brillante de las Pléyades, Alcyon, como detentora de un poder que confirma que nuestro destino está ligado al Sol y nuestro Sol está siendo atraído por la energía de Alcyon, y su llamada se hace más intensa durante los solsticios, y en particular en el solsticio de verano. Esa es posiblemente la puerta que el hombre debe cruzar para conectarse con otras dimensiones, otras latitudes y jerarquías del cosmos.
Teniendo en cuenta que durante los solsticios el Sol se acerca más a la alineación de las Pléyades y que en el solsticio de verano es cuando esa alineación es más visible al amanecer, y al anochecer en el solsticio de invierno, podemos sintonizar con su vibración durante estos periodos porque ejercen de enlace entre lo divino y lo profano. Se trata de penetrar en la dimensión etérica de un momento estelar en el que la introspección es muy potente, y cruzando la puerta del inconsciente podemos acoplarnos íntimamente desde el corazón al núcleo del Sol. Es como si pudiésemos viajar hacia él y penetrar en su esfera de luz.
En los solsticios de verano e invierno, los rituales que se escenifican persiguen esa conexión para que las bodas alquímicas con la naturaleza sean una auténtica fiesta. En los tiempos en que se celebraban los solsticios, se encendían hogueras, se bendecía el agua, se invocaba a los Elementales, que son los espíritus de los elementos de la naturaleza y se daban las gracias a las Salamandras de Fuego, a las Ondinas de Agua, a las Sílfides y Elfos de Aire y a los gnomos de la Tierra.
El solsticio de verano es una fiesta que recrea un rito de iniciación que pretende volver a estrechar los lazos con la naturaleza y con uno de sus principales y más poderosas arquetipos: el Sol. Así entendemos que todo es cíclico y que nuestra naturaleza interna debe acompasase al ritmo de Gaia, la Madre Tierra.
Durante el solsticio el poder de los elementos es mayor. La tradición nos cuenta como los druidas, los kouros o terapeutas, salían a recoger plantas medicinales porque sabían que sus efectos terapéuticos eran mayores. Era el tiempo de recolecta y el posterior secado durante 40 días para que la planta medicinal tuviese los efectos deseados, potenciando considerablemente sus beneficios. Algunas de esas plantas, como la hierba de San Juan también llamada hipérico, la lavanda, el romero, el tomillo, el Saúco, la Pulsatilla o la Onagra, por solo citar unas cuantas, eran recogidas al alba, después de haber sido rociadas por el vapor de agua llamado Flos-coeli (flor Celeste o flor de Agua), que se formaba justo al amanecer, impregnando esas plantas de rocío solsticial compuesto de Fuego y Agua. (Fuego de Kether y Agua de Hochmah).
El rito ha resurgido y son muchas las personas que celebran esta fiesta de tan profundo significado. Se bendice la tierra y sus elementos y se encienden de nuevo hogueras como símbolo de purificación solar; se salta y danza alrededor del fuego y se toman baños al amanecer, que a modo de bautismo, permite a la nueva personalidad renacer de sus cenizas. Además es frecuente que se quemen viejos enseres, transmutando las vejas tendencias.
¡Feliz y amoroso Solsticio!
Pléyades y el Sol como octava estrella.
Lo bueno de tu artículo es darse cuenta de que hay párrafos muy buenos que se pueden aplicar con las técnicas oportunas.
Deseando que sea así
Gracias por dejar un comentario que siendo escueto es considerablement valioso: a buen entendedor ¿verdad?
Abrazo
En respuesta a Pléyades y el Sol como octava estrella. por Anonymous