En medio de la turbulencia social que atenaza las emociones, hay oasis de palabras que acallan la voz de los instintos y elevan la vibración.
Desde hace muchos años me dedico al estudio y transmisión de una pasión: la Cábala y sus arcanos, el Árbol y el Génesis de la Vida, tratando de razonar los misterios del macro y micro cosmos. A lo largo de este tiempo me he nutrido de infinidad de libros, de conceptos, de palabras que han instigado mi curiosidad y que han descubierto el sinfín de matices que, perdidos como agujas en un pajar, me han llevado a bucear en los entresijos del universo que nos envuelve.
Descubrí a Edgar Allan Poe, (1809-1849), poeta y periodista, describiendo los procesos de la creación, afirmando que el universo no es ilimitado, que tiene un principio y un fin; a Trinh Xuan Thuan, (1948), eminente astrofísico que me hablaba de la Melodía Secreta instruyendo el plan de una creación que aún nos reserva muchas sorpresas, porque tal y como nos lo cuenta: “la ciencia y la religión, (del latín religare, unir), no se excluyen y la naturaleza, repleta de energía, tiene que revelarnos aún muchos de sus misterios”.
Leí a Paul Éluard, (1895-1952) y su poética del surrealismo, “Necesitamos pocas palabras para expresar lo esencial; necesitamos todas las palabras para hacerlo real.”
A Gaston Bachelard, (1884-1962), argumentando la metafísica de la imaginación cósmica, la conciencia del creador a través su poética del espacio: “imaginar es ausentarse, lanzarse hacia una vida nueva”.
Me resistí a las tesis de Hubert Reeves, (1932), astrofísico, escritor, divulgador científico, crítico con la astrología, pero lo admiré como acérrimo defensor de la observación esotérica del universo, cuando descubrí que detrás de su afirmación: “la naturaleza está constituida como a partir de un alfabeto. Las letras de ese idioma singular son las partículas elementales (indivisibles), los electrones y los quarks. Es la combinación de esas «letras» elementales lo que permite construir el centenar de átomos que reconoce la física, existe el mismo postulado que enuncia la ciencia cabalística. La Kabbalah con sus othiots, su idioma sagrado, nos describe estados de conciencia, una combinación energética que genera un baile de pulsiones que engendra la vida.
Todos estos sabios coinciden para mí en algo muy importante: elevan la imaginación al rango de ciencia mediante su discursiva, nos adentran en los procesos cósmicos escrutando el insondable génesis de la vida, y lo hacen con poesía, con ensueño para que aprendamos a jugar con la fantasía de las palabras.
Esta reflexión y esos recuerdos que me emocionan me llegan de la mano de Corina Oproae, (1973), filóloga y poeta, de la lectura de su pequeño gran libro de poesía, Intermitencias, (Editorial Sabina), que asocia palabras y profundos conceptos de la vida, de las multi-dimensiones del universo, de los estados de la naturaleza, y de los 4 elementos que impulsan el incesante crepitar de las encarnaciones. Y lo hace con sutil elegancia, con una sinceridad poética que lleva a entrar en su mundo de profundo significado. ¿Es la visión de su mundo interior?, no lo sé, pero sí que os aseguro que es la visión del mío.
Os dejo dos de sus Intermitencias, el flujo de sus palabras se remonta hasta el mismísimo origen del Espacio-Tiempo.
Metamorfosis
Una mañana,
Hace unas cuantas vidas,
me desperté y decidí ponerme a prueba.
Me dije:
Serás mujer y hombre,
pez, insecto y pájaro,
montaña y grano de arena.
Como quien disfruta leyendo el final de los cuentos
antes de comenzarlos,
primero fui grano de arena
perdido en la infinitud inexorable
reflejada en la permanencia de las cosas.
Fui también montaña
extraviada en el inconsciente de los mortales
y descansé tanto durante esas vidas
que tuve la tentación de ser,
cuanto antes hombre o mujer.
Pero dejé que las cosas siguieran su curso
y fui insecto-multiplicidad
reflejada en mi telúrica existencia.
Luego fui pez
debatiéndome entre el atávico
ir y venir de los mares.
Esa forma de vida me hizo albergar
deseos de alzarme
y entonces fui pájaro,
desplegando mis alas con la cadencia del infinito.
Fue cuando sentí tanta admiración
que en sueños entablaba conversaciones
con héroes que habían sido capaces de superar
prueba tras prueba hasta llegar a conquistar
el reino y la belleza.
También decidí hacer una pausa
y durante alguna vida
sencillamente no fui nada.
Ahora soy hombre. Ahora soy mujer.
No os extrañe si os confieso
que he sido muchos hombres y muchas mujeres,
y que de todas esas vidas conservo un recuerdo
más nítido que el alma de la palabra primera.
Nunca acabaría si os contara todo lo que fui.
Mujeres y hombres
que habían sido granos de arena,
montañas, peces, insectos y pájaros
y una infinidad de otras cosas y de otros seres.
Hombres y mujeres extraviadas dentro de unas vidas
que, la mayoría de las veces, no eran las suyas.
Hombres y mujeres que sin embargo supieron ser ellas
y reconocerse a sí mismas cuando se llamaban
Adán y Eva, Orfeo y Eurídice, Romeo y Julieta,
Él y Ella, Tú y Yo.
Poema
Los poemas entran en mi vida
por una infinidad de puertas.
Algunos entran por una puerta de tierra
Y traen consigo todo el universo.
Aunque parezca imposible,
todo lo que me sucede es el reflejo
del crepitar de los planetas,
del devenir de las galaxias.
Otros entran por una puerta de aire
y tardan tanto en darse a conocer
que las palabras ruedan en círculos
como las cuatro estaciones
sobre la faz de la tierra.
Algunos entran por una puerta de fuego.
abrasan todo lo que encuentran
a su paso y solamente se apaciguan
con los ríos que brotan
desde las entrañas de todas las cosas
y de todos los seres.
Unos cuantos entran por una puerta de agua.
El paso del tiempo se embriaga con su sabor
hasta que planetas, estrellas y seres
se intercambian el lugar para que la diversión también esté asegurada.
Solamente unos cuantos poemas
entran en mi vida por la puerta de la muerte
y se quedan dentro, bien separados
de los otros y de todo lo demás.
Cuando les pido que me abandonen,
se niegan a salir con disimulo,
ocultan sus palabras en mi alma,
impasibles al extraño periplo
de los elementos en busca de su propia esencia.
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Nota: Poemas publicados con la autorización expresa de su autora, Corina Oproae