En el desenlace del Naufragio Kabaleb lo tiene claro.. sin pelos en la lengua, la emprende con el mar… de las emociones…, que cada cual saque sus conclusiones.
El Naufragio, (3)
Empujado por las corrientes marinas, el monstruo flotante derivó lentamente hacia rutas poco frecuentadas para terminar inmovilizándose en una de estas zonas muertas donde dos corrientes se neutralizan, lejos de toda ruta de navegación.
Mientras esto ocurría, el Capitán José apenas abandonaba su torre de mando. Sus salidas eran visitas protocolarias a las nuevas instalaciones que iban siendo inauguradas. Acudía a estos actos inesperadamente, sin avisar y al terminar la ceremonia se encerraba de nuevo en su torre de mando. A sus oficiales les veía poco y era solo para darles órdenes concretas que no admitían discusión. Uno de aquellos días llamó a su segundo de a bordo.
.- ¿Cómo me explicas, -le dijo-, que nuestro navío no haya respondido a las señales de saludos que nos ha lanzado un transatlántico que acaba de cruzar nuestra trayectoria?
.- Sin pestañear el oficial le replicó: .- Excelencia, sin duda es un fallo del servicio. No volverá a ocurrir.
El oficial había comprendido los deseos de su jefe. Antaño, cuando el barco navegaba por itinerarios frecuentados, cuando se cruzaban con navíos se saludaban según el protocolo. Ahora ninguna embarcación, ni siquiera de pescadores pasaba por allí. Era una anomalía que debía ser solucionada a fin de dar la impresión, a la gente de a bordo, que todo seguía igual. A partir de entonces varias veces al día, tanto la radio como el semáforo de posición lanzaban al aire saludos como si de un ritual se tratara, a barcos inexistentes, barcos fantasma.
Pero la situación se hacía cada día más grave; el agua llegaba ya a los camarotes y resultaba cada vez más difícil convencer a los pasajeros que vivir permanentemente con los pies encharcados formaba parte de la normalidad. La agitación crecía y a media voz se murmuraba que si el Capitán abandonase el barco podrían adoptarse las medidas necesarias para su salvación.
Una fuerte represión con condena a trabajos forzados a los elementos subversivos bastó para que la gente volviese a la razón. La vida continuó, el diario de a bordo daba cuenta todas las mañanas de las banderas que se habían saludado y del camino recorrido, pero todos sabían que los saludos se perdían en el aire y que el barco iba sepultándose en aquellas aguas muertas y estancadas, pero nadie se atrevía a cuestionar la autoridad del Capitán José.
Siguió pasando el tiempo, mucho tiempo, y ni el buque se acababa de hundir, desafiando todos los pronósticos de los pasajeros y tripulantes, ni tampoco se tomaba medida alguna para reflotarlo, para llevarlo de nuevo a la superficie y a la normalidad. Una nueva generación alcanzó la mayoría de edad; una generación que vino al mundo cuando en los camarotes el agua recubría totalmente la planta de los pies y alcanzaba las rodillas. Para ellos eso era lo habitual, ya que sus progenitores, por temor a las represalias, no les habían revelado nunca que lo normal era pisar un terreno seco. Sin embargo esa juventud intuía que algo fallaba en el gobierno del Capitán José pero, al no saber discernir dónde se encontraba el fallo, se quejaban de otras particularidades, como ser pobres o pasar necesidades, acusando de malversación de fondos a la oficialidad, lo que contribuía a sembrar en el barco un continuo malestar social.
Llegó un día en que el Capitán José reunió contra él la hostilidad unánime de todos los pasajeros y tripulantes. En los camarotes se reunían pequeños grupos, corpúsculos conspiratorios con vistas a derrocar por la fuerza al Capitán. Sin embargo algo los detenía en su arrojo.
.- ¿Qué haremos después?- se decían. - ¿Quién va a tripular este buque? Nadie de entre nosotros ha estudiado navegación, y si echamos al Capitán y a sus partidarios por la borda, ¡nuestra situación será aún peor!, además, ¿cómo nos levantaremos sin armas? Si manifestamos nuestro descontento en el trabajo, nos despedirán y nos quedaremos sin empleo y sueldo y sin dinero pasaremos hambre. La situación es mala, pero seguimos comiendo…
Pensar en el hambre les producía un pánico atroz. Estaban dispuestos a soportarlo todo con tal de que no les faltara el pan, la carne, ¡los garbanzos!, llenarse la tripa para no padecer esa enfermedad horrible que es la hambruna, esas eran sus preocupaciones. Ya se sabía que los oficiales se habían asegurado un porvenir en tierra firme pero los disculpaban justificándolos, cualquiera haría lo mismo en su lugar. Aún con el agua hasta los muslos, los intrigantes no podían emitir más que pensamientos platónicos, sin alcance ni repercusión alguna respecto al futuro de la comunidad.
En los círculos allegados al poder también se conspiraba. El grupo de los hombres de fe que tanta responsabilidad tenían en la situación creada estudiaban la manera de alejarse del Capitán, a quien acusaban de haber ido demasiado lejos en el camino de lo arbitrario. Pero, ¿cómo hacerlo? Los pasajeros no veían diferencia alguna entre la actitud del Capitán y la de los hombres de fe, y si el Capitán José desaparecía, ellos no tardarían en seguirle en su triste destino, y podían dar por terminado su reinado. Por otra parte, ¿con quién aliarse?. Ellos eran psicológicamente y moralmente contrarios a la violencia y si había que matar a alguien, preferían ser solo los intermediarios, incitarían, pero no actuarían.
Los positivistas y racionalistas navegaban en plena confusión. .- Ha llegado la hora de abandonar el buque,- decían.
.- Prudencia, prudencia, -aconsejaban los más informados-. El Capitán José tiene, como nosotros, intereses en tierra firme. Pruebas tenemos de todo ello. Si él sigue en el barco, sus razones tendrá. Cuando él comience sus preparativos de marcha nosotros le seguiremos.
Permanecer en el navío hasta el último instante, aprovechar dentro de lo humanamente posible la situación, eran los ideales de aquel grupo. Todos contra el Capitán José, pero en realidad todos estaban divididos entre sí, esa era la fuerza de aquel hombre solitario.
Pasaron años de estancamiento. Las aguas no cesaban de subir de nivel y sin embargo la vida en el interior del barco seguía desarrollándose como si ninguna circunstancia extraordinaria la perturbase. Al final el agua les llegó al cuello, a oficiales, tripulantes y pasajeros. En los camarotes dormían en hamacas suspendidas a la altura del techo y apenas se podía hacer otra cosa que dormir.
Fue entonces cuando el pregonero oficial empuñando triunfalmente su trompeta hizo saber al pasaje que el Capitán les hablaría desde su torre de mando y que debían reunirse todos en el puente. Una corriente de esperanza y vitalidad recorrió el barco y las venas de aquellas pobres gentes. El Capitán José no tenía por costumbre dirigirse a sus súbditos. Lo hacía solo en fechas señalas y sus discursos no tenían el más mínimo interés. Pero el deseo de hablarles en un momento de máxima dificultad les hacía presagiar que les hablaría, al fin, del problema con el fin de resolverlo.
Unas horas más tarde, con el agua hasta el cuello, los 144.000 navegantes, (entre nacimientos y defunciones se mantenía extrañamente esta cifra), se encontraban en el puente sumergido de aquel gigante marino. Las puertas del balcón de la torre de mando se abrieron y apareció el Capitán José. Con mirada avasalladora repasó a las 144.000 cabezas flotando y con voz segura se dirigió en esos términos:
.- La Divinidad me nombró vuestro Capitán, me proclamó como vuestro guía y así hizo que se expresaran a través de mí vuestras tendencias, cualidades y defectos, sobre todo defectos, que son los que os han llevado hasta aquí. Cuando este navío se botó por obra y gracia de ese Dios, ya estaba destinado a naufragar a menos que vuestra naturaleza interior cambiase, haciendo innecesaria mi presencia en el puesto de mando. Pero erais y sois soberbios, decadentes, egoístas, superficiales. Estáis más preocupados por los placeres materiales y menos dispuestos a dejar vuestra zona de confort. Sin afán de luchar por vuestros ideales más elevados, queréis obtener resultados por la ley del mínimo esfuerzo, por influencia; urdiendo planes secretos, más que afrontando de cara las situaciones. Yo he sido la visión de todas estas lacras y las he expresado fielmente, la repulsión, la monstruosidad, la incoherencia, la dejadez, ¡la locura! a fin de que al verlo reflejado en mí, pudieseis reaccionar y tomaseis conciencia, reconocieseis en vuestro propio interior vuestras faltas, con la oportunidad de mejorar, de perfeccionaros. La crítica situación de este buque prueba que no habéis aprendido nada. Intolerantes y corrompidos, adulando al fuerte y humillando al débil, sois las deyecciones de una triste sociedad. Os he conducido hasta aquí porque este era vuestro destino. De no haber sido así no habría tenido ningún poder de mando sobre vosotros. Si ahora mismo buscáis al culpable, buscadlo en vuestro interior. Si vuestra conspiración os lleva a derrocar y a destruir al Capitán José, quiero que sepáis que el Capitán José se encuentra en cada uno de vosotros y que una vez destruido, yo, su reflejo exterior, me desvaneceré. Cuando volváis a la existencia, la experiencia de este naufragio os habrá servido y habréis comprendido y seréis capaces de eliminar las lacras que la Divinidad me encargó de representar. Esta tragedia no es más que un fracaso provisional, una debacle interna causada por vuestra cobardía, por el miedo a perder vuestra seguridad, vuestras supuestas riquezas, vuestros apegos materiales. Que el océano sepa limpiar tanta indigencia espiritual y el cúmulo de defectos que han causado el hundimiento de vuestro buque…
La última frase se perdió en la inmensa serenidad de las aguas. Los 144.000 acababan de desaparecer, nadie trató de salvarse, sintiendo probablemente la vergüenza de sus actos, tratando de hallar en la muerte una honrosa salida y una dignidad perdida.
El Capitán José se quedó solo, había sacado de su despacho un bote neumático que hinchó y lanzándose a las aguas del océano, a remo, se fue en busca de una nueva misión.
Fin.
Kabaleb
Foto de Serena Livingston via StockPholio.net