Desde hace unas décadas la palabra ecología se ha puesto de moda, algo que resulta un poco jocoso, -por utilizar un eufemismo-, porque hablar de la biología de los seres humanos y su relación con el medio, -ésta es la definición de la palabra ecología- no debería ser noticia, sino más bien referencia.
Ecología (ökologie) es un concepto que desarrolló el biólogo y filósofo Alemán Ernst Haeckel a finales del siglo XIX. Proviene de Oikos, casa o residencia, hogar, y logos, estudio. Así tenemos que la ecología sería concretamente el estudio del hogar, algo que puede extenderse a todo lo que entendemos como casa o refugio. En Cábala el término sería Beith, la Letra-Fuerza que define precisamente la palabra casa, el receptáculo, el lugar donde la energía de la vida se cobija, se desarrolla y evoluciona.
La función ecológica contempla que todo ser vivo se expresa en un entorno homeostático, es decir que se regula a sí mismo, por lo que en el medio natural las especies tienden siempre a autogestionarse a sí mismas, asegurándose un reparto equitativo de los recursos, no hay carencias. No obstante en un entorno modificado artificialmente surge el desequilibrio y, a mi entender, como consecuencia natural de una naturaleza que se rebela, se queja ante el atropello. Llegados a este punto, el ser humano se ha convertido en una seria amenaza para este equilibrio biológico.
En los tratados y estudios cabalísticos encontramos las primeras referencias de lo que es la ecología. El Génesis ya nos describe el nacimiento y funcionamiento de la naturaleza en todas sus manifestaciones. Nos habla de un jardín, la Tierra, nuestro hogar; nos habla del surgimiento de todo lo que la naturaleza engloba, la biología y la ecología física, emocional y mental. Nos habla de un Árbol de la Vida, Etz Hayim, donde cada Sephirah o Centro de Poder del Árbol y sus 10 experiencias, se nutren y abastecen unos de otros componiendo un todo perfectamente ordenado y orquestado. La Cábala es la primera de las ciencias del comportamiento que nos permite comprender la necesidad de ordenamiento y regulación, desde lo más alto y elevado del Árbol, a lo más bajo y denso. Estudiando el Árbol de la Vida entendemos el perfecto engranaje de la ecología, de la naturaleza humana y divina que son Uno intrínsecamente ligados.
Pero la involución a la que estamos sometidos nos ha llevado a alterarlo todo y ahora nos vemos obligados a “defender” la ecología, a protegerla como si se tratara de algo que se extingue y que necesita protección. De ahí mi ironía respecto a la moda de lo ecológico. Ahora se organizan salidas, excursiones escolares para visitar huertos ecológicos como si se tratara de “reservas especiales” que hay que preservar del caos.
La ecología empieza por dentro, en el interior, apostando por una biología sana del sistema integral, cuerpo, emoción, mente y espíritu. El verdadero ecologista es el que consume productos que no alteran ni envenenan su cuerpo, pero tampoco su corazón o su psique. La conciencia ecológica se podría definir, desde la visión de la Cábala, como la conciencia Crística, que en el Árbol situamos en el Sephirah Hochmah, al que definimos como el gran depósito de Amor del Universo.
Mientras no reguemos nuestros campos internos, nuestro pueblo celular con esta Agua limpia, pura, transparente y sanadora, nos será difícil eliminar los residuos que contaminan nuestros océanos emocionales; seguiremos amontonando desperdicios en los vastos continentes de nuestras acciones, y continuaremos envenenado el aire con nuestros pensamientos.
Pero hay esperanza nos dice la Cábala, porque existe Beith, esa casa, ese templo símbolo de receptividad, de existencia y de morada interior, donde la Luz del Aleph inicia el proceso de la creación. Gracias a ese espíritu que reside en nosotros, el motor del universo y la Voluntad en acción siguen alimentando la esperanza de que la ecología, que forma parte de nuestra naturaleza más primigenia, no se extinga jamás gracias a la fuerza y motivación de nuestro corazón.