Siguiendo con el relato, seguimos atentos a la trama del Naufragio, un enfoque de Kabaleb de lo más revelador acerca de los tiempos que vivimos, y que escribió hace más de 40 años… pasen, pasen y lean…
El Naufragio, (2)
Eso fue el comienzo de una extraña situación en el barco. Las gentes guiadas por la fe del Capitán se desinteresaron del problema e hicieron como si la cala no existiera para ellos. Sin que jamás hiciera referencia a tal actitud, el Capitán José supo sin duda apreciarla, a juzgar por el hecho de que en poco tiempo el clan de la fe se convirtió en el verdadero sub-gobierno del barco, elevando sus peticiones al capitán, aconsejándole normas y leyes a adoptar y sugiriéndole iniciativas que el capitán incorporaba de inmediato a su voluntad superior.
Los positivistas y los racionalistas quedaron, por el contrario, superados por el problema de la vía de agua. La cala era el lugar de cita para sus reuniones subversivas, porque subversivo era reconocer que allí había agua. Primero celebraron sus asambleas con el agua bañando sus pies. Más tarde el agua les llegó a los tobillos y cuando alcanzó la media pierna, todos pensaron que debían adoptar una decisión.
.- Haremos que el Capitán descienda de nuevo a la cala, -dijeron los positivistas-, ahora no se atreverá a negar que hay agua.
.- Os equivocáis, -contradecían los racionalistas-, al decir que no había agua definió su política, y los hechos reales no lo harán cambiar de opinión, ya que política es su actitud y su creencia de cómo son o deberían ser las cosas.
.- ¿Qué hacer entonces, debemos combatir la inundación con nuestros propios medios sin contar con el Capitán?
Ciertamente sería fácil contrarrestar el efecto de la porosidad de los maderos instalando una bomba de achique para sacar el agua infiltrada. Pero si lo hicieran sería preciso también emplear personal, transportar los materiales, hacer ruido y la maniobra no pasaría desapercibida, ni de la tripulación ni del pasaje que acabaría enterándose de las maniobras en el fondo de la cala, llegando a la evidencia de que el buque del Capitán José no era el prodigio que pretendía demostrar. Y sobre todo estas maniobras no pasarían inadvertidas al propio Capitán, quien sin lugar a dudas, acusaría a sus ayudantes de traición a la causa y esto acabaría de muy triste manera.
Por otra parte, tampoco era posible prohibir el paso a la cala a los hombres de la tripulación, ya que tal coacción sería interpretada como el indicio de que algo fallaba en los bajos fondos. Si el Capitán dijo que no había agua, ¿cómo podían desmentirlo prejuzgando su existencia con semejante prohibición? No, lo mejor era vivir como si realmente no hubiese agua en la cala.
La vida en la superficie del buque no se veía afectada por los treinta centímetros de líquido que pudiera haber en los bajos fondos y solo un grupo de iniciados estaban al corriente de este hecho. ¿Por qué no juzgar la situación solo según la aparente realidad que se exponía en la superficie?
Un recorrido a lo largo de todo el buque evidenciaba el afán creador que reinaba en todos los departamentos del navío. Allí donde en el momento de la botadura solo habían grandes y áridas explanadas, se habían levantado nuevos edificios de camarotes para hacer frente al crecimiento de una población que había aumentado considerablemente con el paso de los años. Otras extensiones improductivas habían sido explotadas por la agricultura y brotaban las semillas dibujando una alfombra verde que se perdía en el horizonte. En las secciones industriales era preciso hacer horas extra para cumplir con las demandas, y de los grandes talleres de fabricación de coches salían en serie los últimos modelos destinados a facilitar el tránsito por el buque a las familias de pudientes que habitaban aquella extraña sociedad.
El Capitán José, que seguía encerrado en su torre de mando, dirigía con mano firme la prodigiosa organización. El buque navegada y su fama de monstruo iba desapareciendo para convertirse en un reconocimiento mayor, el de ser una obra genial.
Así pasó mucho tiempo. La población del navío daba pocas muestras de inquietud. Los salones de espectáculos estaban siempre abarrotados; los encuentros de fútbol seguidos con pasión y en las tabernas la gente se reunía alegremente, hablando, discutiendo de todo con humor.
Sin embargo el agua en la cala seguía progresando: el barco se hundía lentamente. Los adjuntos al Capitán, aún guardándole fidelidad, empezaron a buscarse otras orientaciones para dirigir sus vidas acordes al íntimo convencimiento de que un día tendrían que abandonar el buque. Aprovechándose de su influencia y de su poder, tejieron hábiles operaciones financieras; compraron fincas y colocaron sus fondos de inversión en tierra firme. Como el buque ya no contaba con excesivos recursos naturales, se tuvieron que adoptar nuevas medidas. Se impusieron severas restricciones económicas que fueron aplicadas con disciplina por esos mismos colaboradores del Capitán José.
Pasaron más años antes de que las aguas llegaran al departamento de máquinas. Con el tiempo, tal y como era de prever, tanto los pasajeros como los tripulantes acabaron enterándose de la situación. Pero en contra de lo que podía esperarse, nadie hizo gran caso del problema. La marinería se dijo: eso es cosa de la oficialidad, cuando nos manden sacar el agua de la cala, la sacaremos; los pasajeros opinaron que aquello concernía exclusivamente la tripulación y ellos no estaban cualificados ni era de su incumbencia achicar el agua. Además no eran competentes para discutir las normas de navegación, y que con los descubrimientos modernos, bien pudiera ser que el agua en la cala fuese en realidad un elemento estabilizador indispensable para el equilibrio del buque.
Nadie dijo nada hasta que un día un pasajero, sin duda habiendo bebido unas copas de más, se puso a gritar inconcebiblemente:
.- ¡El barco se hunde, el barco se hunde!
Los guardiamarinas arrestaron inmediatamente al perturbador del orden y no tardaron en procesarlo. El individuo reconoció en el interrogatorio haberse librado a tal ataque por orden de los enemigos residentes en tierra firme que deseaban realmente el hundimiento del buque. Se demostró durante el juicio que jamás la estabilidad del barco había sido mayor y se condenó al autor del altercado a trabajos forzados a perpetuidad.
Tal proceso enseñó a la gente lo peligrosísimo que era poner en duda la estabilidad del barco, y así cuando las aguas llegaron al departamento de máquinas, todo el mundo hizo como si aquello fuese de lo más natural.
Aunque los marineros asignados al servicio de máquinas acudían al trabajo, turno tras turno, con el agua hasta la cintura, había que reconocerlo: el barco ya no se movía.
La oficialidad deliberó de nuevo. ¿Qué debían hacer? ¿Entrar en la torre de mando del Capitán José y anunciarle que el buque no se hallaba en situación de funcionar?
La evidencia hacía innecesaria la gestión y si el Capitán no se había percatado del estancamiento del buque por propia observación, era bien inútil que lo hiciera por inducción de los demás. Por otra parte, el hecho en sí de que el barco no se moviera tenia una importancia relativa, ya que cuando el navío fue botado, el Capitán José marcó una ruta pero en mitad de su trayecto cambió totalmente de rumbo, y en el curso de los años siguió variándolo unas dos o tres veces más, demostrando con ello que era menos importante el rumbo a seguir que el trabajo que se desarrollaba en el interior del barco. ¿Acaso aquel estancamiento podía influir en sí mismo en la vida de la comunidad? Era poco probable que los súbditos del Capitán José expresaran algo más que indiferencia ante aquella nueva fase de su destino puesto que claramente habían demostrado a lo largo de la travesía y en diversas ocasiones que se interesaban poco por su porvenir.
… continuará…
Foto de Serena Livingston via StockPholio.net