La era de la tecnología ha cambiado el mundo. Para muchos de nuestros antepasados, abuelos y sin ir más lejos, nuestros padres, se asombrarían extremadamente si dejasen su quietud y asomasen la cabeza para ver lo que ocurre en esta dimensión, la realidad supera con creces la ficción y todo lo vemos en riguroso directo… o casi…
Recuerdo el jocoso comentario de mi Madre hace muchos años, ella, toda una escritora, poeta, pintora y cabalista, absorta ante la pantalla del televisor, mirando un programa bastante insulso. A la osadía de mi crítica, como era habitual, me dio una respuesta que era toda una lección: “hija, no puedes entender por qué me sigo asombrando ante una pantalla de televisión, porque tú ya has crecido con esa clase de inventos, pero esto no es algo de mi generación y me divierte ver desfilar la vida misma en una caja parlante”. Me hizo mucha gracia su alocución que suelo comentar en las clases, porque lo que para unos es obvio, como quien se cría cerca del mar, para otros es un descubrimiento extraordinario, cuando ves por primera vez una extensión de agua que se pierde en el horizonte. ¡Todo depende del valor que le das a las cosas, incluso las más banales!
Y para ser sinceros, son pocas las personas que no se enganchan a un programa de televisión, todos, de una manera o de otra, somos “adictos” a la imagen, a lo que nuestros ojos captan, se embelesan, sufren, ríen, contemplan, las imágenes que desfilan y nos muestran diversas realidades. Pero es cierto que no todo lo que “escupe” el plasma es constructivo, pero lo que no lo es también nos permite comprender, analizar, asumir ciertas experiencias.
No se trata ni de defender, ni condenar la caja tonta como algunos la definen, sino ir un poco más allá de lo que nos ofrece, buscar, como siempre, el sentido esotérico de las cosas. De hecho, compramos lo que nos venden y luego nos quejamos. Falta criterio.
Emulando a mi Madre, yo también me he enganchado a algún programa de televisión que comparto con la familia, -como si tuviésemos que buscar una excusa para estar juntos-, (bueno cuando se tienen hijos más o menos adolescentes, ¡hay que celebrar cuando los gustos son coincidentes!)
El caso es que trato de no perderme el programa de Chicote, ¡el azote de las cocinas! Lo descubrí hace poco tiempo y sus métodos expeditivos no tienen desperdicio. Llega a un restaurante deficiente, analiza la situación que le plantean, observa e interviene y no deja títere con cabeza a la hora de utilizar improperios para que los componentes del retablo reaccionen. Porque Chicote no es un simple mago, sino que trata, como buen coach, de dar algunas indicaciones, claves, un método para que el caos vuelva a reordenarse. Quien sea capaz de atender, encajar, y aprender de él, se beneficiará de sus enseñanzas y recomendaciones. Es un show televisivo que visto uno, ya los has visto todos, pero lo importante, o lo que me gusta extraer de todo ello es que en esa tragicomedia aflora todo un abanico de emociones representativas de nuestra psique y lo interesante es ver cómo se las compone el equipo para sanarlas.
La cocina es el lugar alquímico de la casa y por ende de nuestra propia personalidad. En ella lavamos, cocinamos, sustentamos la familia, los clientes. Una de las características comunes a la gran mayoría de programas que he seguido, es que en esas cocinas hay mugre, desencanto, caos, suciedad que lleva tiempo incrustada más que en las paredes o los cacharros, en los corazones de quienes deberían cuidar de su templo como el lugar donde se transforman los alimentos que van a entrar en nuestro organismo y se van a convertir en nutrientes, aportándonos la energía adecuada para vivir. La cocina es amor nos dicen los buenos cocineros, cierto, sin ese ingrediente único y mágico es imposible que en la marmita podamos alquimizar lo que, en definitiva es alimento para el alma, porque el cuerpo es su morada.
Chicote lo intuye, consciente o inconscientemente, porque cuando algo no funciona en las cocinas que visita, se interesa por lo que hay detrás, de lo que subyace en el fondo de las emociones de esas personas que piden ayuda, comercial, mediática, tal vez, pero que nos sirven también de espejo. Yo lo tengo comprobado, después de cada programa, al día siguiente me esmero más en la cocina, como si ese personaje “Chicote” pudiese entrar y sorprenderme en cualquier momento. Y cuando mis hijos no recogen les amenazo con llamarlo, y que bien pensado, también podría pasarse por algunos hogares para restablecer la función alquímica, para activar la voluntad de amar, descontaminando las “cocinas” internas, donde el chup, chup” de la vida ha perdido calidad y se consumen o se deterioran nuestros impulsos de transmutación. En la cocina se crea, se reinventa, se educa el paladar y las ideas y las emociones. Cuando dejamos de cocinar con esmero, humor y amor, la vida acaba siendo insulsa y solo nos contentamos con el fast food!
Una anécdota que recuerdo con especial cariño es el día que fui a visitar a Joan Roca, del Celler de Can Roca, en Girona, ahora el mejor Restaurante del mundo. Quería pedirle que prologara la parte culinaria del Libro las Mil y Una con Anchoas. Un libro que consta de varios capítulos dedicados a la anchoa, desde la mar a la mesa. El final es un recetario que se compone de formulas de 22 restaurantes con Estrellas Michelín y otras más de particulares y otros restaurantes. Me preguntó si íbamos a dar el mismo trato a los restaurantes o particulares que cedían sus recetas, que a los que tienen estrellas Michelín, a lo que le respondimos que por supuesto. Su afirmación era categórica: todo el que se pone frente a unos fogones debe ser respetado, porque cocinar es un acto de amor, desde el que es más humilde en su hogar, al que recibe la visita de personaje ilustres; que a él y a sus hermanos les enseñaron a amar la cocina porque se criaron en medio de los fogones de su madre, la mejor cocinera del mundo. Sus palabras aun me emocionan porque vi entonces, no al Chef, sino a la dimensión alquímica de ese ser humano y eso fue para mi una gran lección. Su prólogo fue y es sencillo, de los que llegan al corazón.
La cocina es sin duda un gran acto creativo, como solía decirme mi hermano Tristán, “cuando te pregunten qué tiene que ver la Cábala con las anchoas, siempre puedes responder que comer una anchoa es un placer cósmico”. Y no se equivoca, es pura alquimia, el pescadito, engraulis encrasilucus, bocarte, boquerón, seitó, se transforma en anchoa, cambiando también su textura y su gusto, digna prueba de lo que es la alquimia de los fogones.
Los alquimistas que querían transformar el plomo en oro, usaban el vitriol, sustancia que unida a un poco de oro, conseguía, según ellos, que el plomo se volviese metal noble. Ese es, tal vez, el trabajo de Chicote, asomarse a nuestras pantallas para sugerir que nos elevemos, sacar lo mejor de nuestro interior para que las cocinas, esos lugares donde elaboramos lo mejor de nuestra personalidad, acabe brillando como los chorros del oro!
Pero si nos resistimos, cuidado, porque como solía decirnos mi Padre, Kabaleb, cuando salía un anuncio de un cerdo perseguido por el charcutero: “corre, corre que viene Maret”, ahora podría decirnos, “corre, corre, que viene Chicote”.
Pura educación cabalística!!
Jajaja, buenísimo, como todo
Jajaja, buenísimo, como todo lo que escribes, manita...mandáselo a Chicote, le encantará. Soleika