Quién no recuerda la famosa serie de televisión, Star Trek y las aventuras de la tripulación de la nave Enterprise surcando el firmamento en mitad del océano de estrellas. Sabíamos que la visión de la inmensidad del universo que llegaba a las pantallas de nuestros televisores existía y existe desde los albores de la humanidad. Pero la ficción de unos episodios que giraban en torno a los viajes estelares y las experiencias de los protagonistas, nos sumían en la trama y nos hacían olvidar el punto de partida, el universo, la última frontera.
Lo insondable nos fascina. Milenios atrás los sabios antiguos ya reverenciaban la magnitud del cosmos cuando convirtieron la observación del firmamento en una ciencia: la Astronomía. Le dieron un sentido profundo, filosófico y metafísico a las posiciones planetarias de aquellos cálculos estimados, que más tarde se aseveraron como increíblemente certeros: nació la Astrología. El ser humano podía contemplar la bóveda celeste admirando no solo su majestuosidad, sino comprendiendo que los cielos y la tierra poseen muchos secretos que ejercen una mágica y sugerente influencia en nuestra existencia.
Para ser astrónomo hay que pasarse horas de estudio calculando y contemplando el cielo; para ser astrólogo hay que pasarse horas estudiando e interpretando las variables de las posiciones planetarias sobre un mapa conceptual.
Lo que en un principio fue una unidad de estudio se convirtió más tarde en antagonía. Los eruditos astrónomos renegaron de la visión más filosófica y profunda de las posiciones planetarias y tildaron la Astrología de apóstata. Los astrólogos se convirtieron por arte de birlibirloque, en falsarios. Durante mucho tiempo, gracias a la contribución de dogmáticos con carnet, se relegó esta valiosa ciencia a la más dura degradación. Embaucadores los hay en cualquier sitio, hasta en los más acreditados oficios. A nadie se le ocurriría desprestigiar a toda la profesión médica o a la judicatura por un doctor o un abogado sin escrúpulos.
No obstante, para que la Astrología vuelva a meritarse tendremos que seguir apostando por el análisis serio, por la autenticidad y la ética, esperando que un día vuelvan a unirse estas dos mitades escindidas: que el astrónomo le enseñe al astrólogo a escudriñar el polvo de estrellas y que el astrólogo guíe al astrónomo desvelándole las sutilezas de las influencias planetarias, que igual que el Sol y la Luna, marcan tan de cerca nuestro carácter y nuestras vivencias.
Mientras tanto podremos seguir observando el firmamento, por dentro y por fuera y a ciertas horas, cuando las luces de la modernidad reduzcan su intensidad, el espectáculo nocturno nos dejará boquiabiertos, contemplando y perdiéndonos en la inmensidad de nuestro hermoso universo; viajando a Orión, con parada en Venus, Mercurio o Saturno; nos recrearemos en Júpiter, asistiendo al nacimiento o al declive de una estrella.
Y como a quien madruga Dios le ayuda, nuestra voluntad obtiene su justa recompensa, así que pasen, pasen y vean este vídeo guía de observación del brillo de los planetas en el cielo de las noches de Febrero en Space.com