El dedo en el WhatsApp es más rápido que la velocidad del pensamiento
A raíz de un artículo que corre por la red y que se publicó hace semanas en el Periódico, en el que el columnista se hacía eco de las quejas más que justificadas de la sociedad respecto a la clase política, -y más concretamente refiriéndose a los corruptos-, quien compartió el artículo en uno de mis grupos de WhatApp, desencadenó toda una serie de reflexiones muy sugerentes, y aquí me tenéis discurriendo a golpe de teclado.
WhatsApp es un complemento, ¿o un sustituto?. Es un lugar de encuentro virtual que hemos convertido en un espacio en el que los grupos de amistades se reúnen exponiendo unos intereses determinados. ¿Quién no tiene cuatro o más grupos de WhatsApp y para cada ocasión?. Los dedos se mueven a toda pastilla y en unos pocos clics, (antes eran segundos), se publican sugerencias, ideas, peticiones; se convoca a una fiesta, a una celebración, a una manifestación; se tratan citas, negocios, declaraciones, separaciones.
Me pregunto qué dirían los de la generación del 27, los que pasaron a mejor vida, si nos viesen debatir por WhatsApp nuestras opiniones, hablar de Cábala, de amor, de la vida, de precios, de compras, de chismes, de temas más y menos profundos, posiblemente pensarían, ¡qué poca vida les queda a los cafés tertulia, els 4 Gats, el Café Gijón o el café Colonial!
El acto de debatir, de conversar, de dialogar con un interlocutor cara a cara es el arte de cultivar la atención, de escuchar al otro, de aceptar sus opiniones, y mientras se le escucha, se respira y se piensa, y las ideas fluyen; hay más tiempo para meditar las exposiciones, las sugerencias. En cambio en el teléfono o el celular, en unos pocos clics, replicamos sin pensar, apresuradamente, -¡hay que contestar rápido para que nuestros tertulianos no crean que no les prestamos atención, que ya no estamos en línea! y las respuestas acaban siendo irreflexivas, inconsistentes, inconscientes, dan lugar al error, y decimos que WhatsApp tuvo la culpa.
Volviendo al motivo de mi exposición, -el escrito del articulista en cuestión-, la persona que lo mandó lo encontró, -a priori-, genial. Se lo habían pasado y la rapidez del dedo fue mayor que su ponderación; no pensó si era oportuno o no, si podía ser del interés de los miembros integrantes de grupo de WhatsApp. Su intención era buena, es evidente, uno comparte lo que le gusta… o no...
Así hice notar que, en desacuerdo con quien exponía argumentos de denuncia utilizando un vocabulario soez, grosero y ordinario para notificar hechos sin duda totalmente deplorables, me declaraba contraria a quien escribe con saña y prefiero a quien se expresa con clase, con el deseo de invitar a la reflexión en términos más conciliadores y productivos; más edificantes y menos demoledores en su forma, para no caer, en mi opinión, en la crítica constructiva con efecto destructivo.
Pero como no hay mal que por bien no venga, como diría el ingenio refranero, el resultado fue que, gracias a quien compartió el discurso, pudimos intercambiar algunos razonamientos y celebrar la ocasión de reavivar un grupo de WhatsApp dormido.
La persona que me inspiró este pequeño escrito concluyó que después de la reflexión y de nuestro debate, lo veía de forma distinta y que ahora posiblemente ya no lo mandaría. Pero le agradecimos efusivamente su gesto, el cual, nos permitió recordar el valor del debate, del intercambio de ideas y por supuesto del abrazo que quedamos en darnos en vivo y en directo para disfrutar más pronto que tarde de nuestra compañía.
Totalmente de acuerdo contigo Isabel
Si nos ponemos al nivel del que critica despiadadamente, nos metemos en sus qlifos, es decir en su abismo y de ahí cuesta salir!! creo que decir las cosas amorosamente sale muchísimo más a cuenta. ¡Muchas gracias por tu comentario y un abrazo!
Ágoras virtuales del siglo XXI...
Tratar de asimilar las novedosas redes sociales, sus propias reglas de juego (consecuencias, repercusiones, dinámicas), sean de Whatsapp, Facebook o cualquier otro escenario (llamémoslo ágora virtual) podría equipararse quizás a desarrollar el arte de la oratoria en el relativo nuevo siglo XXI. Comparto también la opinión que sugiere Milena, como si el entorno virtual demandara incluso una inmediatez de respuesta más allá de la mente, el pulso del corazón (lejos más aún de la articulación de ambos). Me pregunto si la acción apresurada de lo que podría llamarse 'dedo irreflexivo virtual' (¿Es el ego?) lo despertara en parte el instinto humano (el equivalente a actitudes viscerales pero manifestadas en el entorno virtual). Si fuera así no se trata por tanto de luz (ni de conocimiento), aunque pudiera parecerlo. Es decir: ¿Estamos ante información o desinformación? No nos equivoquemos, dado que lo más probable es que el uso de herramientas propias del siglo XXI también nos exponga a sombras y luces, quedando paradójicamente representadas en un diario colectivo virtual, 'irremediablemente voraz o constructivamente esperanzador'.
(3 de marzo del 2017)
"Constructivamente esperanzador" ¡espero!
Muchas gracias Arcadio por expresar esa clase oratoria que tanta falta nos hace. Cierto es que tenemos que admitir que las tecnologías del siglo XXI son herramientas que nos permiten, por ejemplo, estar dialogando tú y yo ahora mismo en la distancia pero también en la inmediatez; pero también es cierto que el diálogo en el ágora virtual debe pasar por el tamiz de la reflexión pausada, meditada, para que no sean las tripas-ego, como bien dices, las que enciendan los motores de una verborragia descontrolada. ¡Un abrazo!
En respuesta a Ágoras virtuales del siglo XXI... por Arcadio Naranjo