Morfeo, el Guardián de los Sueños
En la mitología Griega, Morfeo, (del griego, morphê, forma), es el dios que da forma a los sueños. Fue engendrado por Hypnos, (la personificación del sueño y hermano de Thanatos, la muerte), y por Nix, (la noche). Morfeo adoptaba una apariencia humana para entrar en las imágenes oníricas y permitir a los mortales escapar del control de los dioses. Tenía unas suaves y delicadas alas que batía silenciosamente para desplazarse a cualquier rincón de la Tierra. Dormía en la cueva de un palacio, sobre un lecho de ébano, rodeado de flores de amapolas, una planta de efectos sedantes. Formaba equipo con sus hermanos Fobetor, (fobia), y Fantaso, (fantasía), que eran los responsables de dar forma a las apariciones de animales y objetos inanimados. Morfeo tocaba la frente de los humanos con una amapola para sumirlos en un profundo sueño. Por un extremo de la cueva salían los sueños sanadores y por el otro, las pesadillas. Por revelar a través de los sueños a los mortales, los secretos de los dioses del Olimpo, Zeus le fulminó con un rayo.
La leyenda mitológica, sea griega, romana o pagana, nos introduce en un mundo de fantasías, de mitologemas que reproducen el relato alegórico de la historia de la humanidad. Los dioses, los héroes y los villanos son arquetipos que, desde el plano físico al metafísico, contienen lo que Jung llama lo numinoso, es decir, el atributo divino, el espíritu creativo que establece su dominio en todo el imaginario colectivo y que forma parte de nuestra realidad, estemos despiertos o dormidos.
El análisis del mito
El análisis del relato mitológico nos ayuda a comprender los símbolos. Símbolo, proviene de sym, junto, y de ballein, tirar de; el símbolo conecta elementos distintos con el propósito de facilitarnos referencias, y según Jung, se trata del puente entre lo consciente y lo inconsciente. Los símbolos tienen un efecto revelador y transformador. Morfeo es en realidad hijo pero también hermano de Hypnos y de los Oniros que, según la crónica, eran los otros mil hermanos, (tendencias) de Morfeo, como miles son los sueños que nos abordan a lo largo de las noches. Morfeo reviste la apariencia humana para penetrar en la noche y ayudar al mortal a escapar del control de los dioses, es decir, de las leyes, de la rutina, de las normas, de las tendencias que toman el control de nuestra existencia vívida, aunque en el fondo nuestra conciencia esté aún muy dormida.
Morfeo despista a la psique, que atrapada en el mundo limitado de la forma, se siente prisionera de lo cotidiano. Morfeo duerme en la cueva de un palacio, porque es en la incubación donde los sueños aparecen, los buenos y sanadores salen por un sitio, las pesadillas por otros, alegoría que expresa claramente la separación entre el bien y el mal. Pero Zeus, supremo legislador del Olimpo no puede tolerar que Morfeo entregue sus secretos a los mortales dormidos. No están preparados aún para acceder al saber por la vía intuitiva. El rayo simboliza lo que tiene que purificarse, lo que la voluntad, atributo del Fuego Creador debe conquistar por si sola.
Los sueños en la historia
La historia está repleta de relatos que nos descubren la importancia de los sueños a lo largo de la existencia del ser humano. En la antigüedad, tanto filósofos como poetas, Homero, Herodoto o Estrabon nos describen las costumbres de algunos pueblos primitivos que utilizaban los sueños para curar. Tumbaban a los enfermos sobre las lápidas de sus ancestros envueltos en pieles de animales sacrificados para la ocasión, les daban bebidas que les inducían al sopor y, a través de las visiones, conjuraban la liberación de la enfermedad. Tenían la certeza de que los grandes sueños de los miembros ilustres de la tribu concernían a todos los habitantes de un poblado. Se reunían en círculo e interpretaban conjuntamente las visiones.
Como vimos, en el siglo IV A.C., además de las comunidades terapéuticas de Egipto que adoraban al Dios Serapis, el que posteriormente se convirtió en Roma en Asclepios. Los Esenios en Israel, de los cuales Juan el Bautista y Jesucristo son descendientes, también demostraron sus habilidades con las terapias oníricas.
El significado de la interpretación también fue estudiado por Hipócrates, el padre de nuestra medicina, y por sus discípulos, sin duda impregnados del espíritu de Asclepios. No sólo veían en los sueños el simple fruto de una actividad cerebral, sino que buscaron la manera científica de relacionar algunas enfermedades con la actividad onírica del paciente.
Los manuales de interpretación de los sueños no son nuevos. Uno de los tratados más famosos es la obra Oneirokritiká (Ὀνειροκριτικὰ) o La Interpretación de los sueños de Artemidoro de Daldia que vivió en Éfeso en el siglo II de nuestra era. Su descripción del mensaje onírico es un referente en la literatura del estudio psicoanalítico, por su claridad de visión y su deducción psicoanalítica.
Recordemos, no obstante, que en la Edad Media y más adelante, el análisis onírico fue considerado maldito por la Iglesia Católica, lo asociaban con la brujería. Sin embargo, los doctores de la iglesia no podían refutar su importancia, el Antiguo y Nuevo testamento están plagados de referencias a los sueños, como el sueño profético de la Anunciación del Ángel a José de Nazaret acerca de su paternidad, o cuando le anuncia la necesidad de huir a Egipto. Los sueños de los Reyes Magos que reciben el mensaje del peligro que representa Herodes, o el del anuncio a José de la muerte del mismo Herodes y de la posibilidad de volver a Israel.
Es digno de mención el trabajo de un patriarca de la iglesia católica, Bienaventurado Nicéforo, que escribió un tratado de adivinación utilizando la interpretación de sueños. Se trataba de una síntesis entre antiguas reglas de analogía y tendencias ascéticas del cristianismo. Según él, las predicciones del futuro sólo podían aparecer simbólicamente en los sueños mediante el trance místico-religioso y a través de la plegaria, en la medida en que el sujeto fuese capaz de dominar sus pasiones y apetitos. Durante algunos siglos más, la interpretación de sueños seguirá siendo objeto de estudio y en gran medida su valor será profético y determinista.
Hemos tenido que esperar muchos siglos, (XIX y XX), para ver cómo el análisis onírico vuelve a considerarse como una terapia útil que no sólo se manifiesta como consecuencia de los desarreglos o enfermedades, o como premonición de inminentes sucesos a los que la persona ha de sucumbir, tal y como se creía en la antigüedad, sino que las imágenes o secuencias del sueño se refieren a los símbolos de realidades internas que pueden descifrarse. Es el paso de una concepción objetiva de la información que nos trae el sueño a la concepción subjetiva de lo que puede extraerse.
Es de la mano de grandes analistas como Sigmund Freud, Alfred Alder y Carl Gustav Jung, entre otros, que la ciencia onírica cuenta con el respaldo de la comunidad científica. Nadie niega ya que los sueños sean parte de un manual de aprendizaje y que están conectados con nuestros anhelos, frustraciones y proyecciones. Ahora el interés por descubrir y comprender el significado de los sueños está traspasando el umbral de la consulta del diván del psicoanalista. La gente sueña, quiere saber y está dispuesta a aprender.