Este es un artículo que escribo con la clara idea de que no debería escribirlo porque el tema que he escogido es de esos que no convienen. Hablar de la ”raza Humana” debería ser siempre un motivo de placer, de amor, de felicidad, pero aun estamos lejos, hélas!, de alcanzar esta utopía; Cuán grandes somos y cuánta capacidad de amar, y sin embargo el polo opuesto de este anhelo genera tanta tensión y conflictividad que parece no tener fin. Dice el refrán que no hay mal que 100 años dure; esperemos que el conflicto -agravado estos días- que mantiene a palestinos e israelitas fuera de todo control emocional, no tenga que acercarse a esta cifra para dar por finiquitada la beligerancia extrema que desde hace décadas causa estragos en su sistema de vida.
Sus culturas hermanadas por un saber ancestral, son la cuna de nuestra civilización, de nuestra historia y por lo tanto su conflicto también es el nuestro. La paradoja es que podemos seguir en tiempo real la violencia manifiesta de esos dos pueblos y sin embargo parece distar un abismo entre nuestras vidas y comodidades y las suyas; poco se hace, poco hacemos para que la paz se instale en los corazones anestesiados por nuestro propio instinto individualista.
¿Qué podemos hacer para ayudar, para encontrar una solución que los propios interesados no consiguen o no quieren encontrar? Pues en primer lugar, creo, no suponer que este es un problema exclusivo de los que los sufren, víctimas y verdugos lo somos todos, y como nos recuerda tantas veces Federico Mayor Zaragoza cuando habla de la declaración de las Naciones Unidas: “Nosotros los Pueblos”, debemos sentir que formamos parte de esa gran organización humana y analizar qué representan cada uno de los conflictos que se reproducen en nuestra tierra, que por lejanos que sean no nos son ajenos.
El conflicto árabe-israelí, الصراع العربي الإسرائيلي Al-Sira'a Al'Arabi A'Israili, o הסכסוך הישראלי-ערבי Ha'Sikhsukh Ha'Yisraeli-Aravi escenifica una tensión que no corresponde solo al ámbito político y armado entre el Estado de Israel y Palestina debido a cuestiones de soberanía de las Franjas de Gaza y Cisjordania y los estatus de la parte oriental de Jerusalén, de los Altos del Golán y de las Granjas de Shebaa; con todo ello afloran las motivaciones externas y las que parecen insolubles dados los años que llevan peleando.
Pero en mi opinión buscan aplicar una solución exotérica a un problema intestinal, emocional y espiritual milenario, asentado en la psique de tantas generaciones que tiene su origen en el propio Génesis de la humanidad. Todos revindican su derecho a existir y vivir en paz en una tierra que todos también revindican como suya. El sueño de una cultura común y pacífica entre las tres grandes religiones, que trató de abrirse paso durante la etapa de esplendor del Al Ándalus quedó relegada al olvido, a casi una leyenda. Pero Sefarad existió y España debería ser partícipe de esta reconciliación como cuna de esas tres grandes culturas que debían dejar huella a la humanidad.
La Tierra Prometida
¿Jerusalem es el conflicto?
En este territorio nació el cristianismo, el judaísmo y, desde una de sus colinas, Mahoma subió a los cielos.
Jerusalem es en hebreo ירושלים, Yerushalayim; Yeru, ciudad, Shalim o Shalom, Paz, la Ciudad de la Paz, un lugar donde el peso de la historia de las tres grandes religiones monoteístas debería liberar una energía tan elevada como reconfortante. Pero teniendo en cuenta que en lo que se convierte la religión es en un culto dogmático y dominante, en vez de expandir el concepto de “religare” como decía Cicerón, lo que nos religa a la existencia para que el ser humano se conecte con la trascendencia, este santo lugar se convierte entonces en una las tierras más disputadas de la Historia y la piedra angular de una crisis en la que la Explanada de las Mezquitas, los templos de Al Aqsay y la Cúpula de la Roca están a pocos metros de las ruinas del Templo de Salomón y el Muro de las Lamentaciones.
La Tierra Prometida según la Interpretación esotérica del Génesis de Kabaleb es un lugar etérico creando la Nueva Jerusalem que asiente las bases de un estado interior, un lugar más virtual, que es por donde deben empezar las cosas, para proyectarse y cristalizarse en un proyecto material que estructure una nación, un país, un pueblo que se entienda y que conviva en paz.
Son más de seis décadas de enfrentamientos desde la creación del estado de Israel en 1948, y del desplazamiento de los palestinos a campos de refugiados. Para tener una perspectiva más elevada de un enfrentamiento tan antiguo hay que remontarse al pasado, al origen de la necesidad de fundación de la existencia de Israel como nación.
Hallamos en el pasaje del Génesis 12, 1-3 el llamamiento de Jehová cuando le dice a Abram:
“Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.
Abram recibe la orden de partida, su padre acababa de morir en Jarán. Entendamos que el relato genésico se refiere a la construcción de todo el edificio humano, de su psique, de sus capacidades. Si bien el personaje Abram existió, la historia está plagada de símbolos que nos permiten, desde el análisis cabalístico, entender nuestros propios procesos humanos. La figura mítica Abram es nuestro Padre-Ego Superior y esa voz interior lo impulsa a abandonar su país y su patria, lo cual parece ser condición indispensable para convertirlo en gran nación. De ahí podríamos extraer que para que toda la sabiduría confiada al pueblo elegido, es decir el pueblo interior surta efecto, tiene que moverse del lugar donde está para evolucionar y construir nuevas naciones, nuevas tendencias. Aquí podríamos extrapolar la diáspora del pueblo judío como la necesidad de expandirse, de viajar, de llevar su saber a otros lares, -recordemos que los hebreos eran llamados el pueblo de los libros por su ingente cultura-, y buscar fundirse con otras identidades, revelar su sabiduría. Han hecho durante mucho tiempo exactamente lo contrario.
La convivencia entre las diferentes tribus fundadas por Jacob lleva el sello de la división en su fuero interno. Desde la Creación misma, los hermanos enfrentados, Abel y Caín, Isaac e Ismael, Esaú y Jacob, y así un largo etcétera hasta llegar a los israelitas y palestinos, hermanos en sangre, en cultura, en pasión y destinados a reconciliarse para crear ese nuevo estado, esa Nueva Jerusalem celestial y terrenal, la ciudad de la Paz donde los dos linajes del Árbol de la Vida, las Dos Columnas del Templo, Derecha, Hochmah, Izquierda, Binah, puedan establecer el pacto, la Alianza que permita que transitemos por todos los Senderos de Etz Hayim sin tribulaciones.
Esta es a mi entender la raíz de ese gran conflicto que lleva milenios enquistado obligando a nuestras conciencias a tomar parte, a encontrar la solución desde el interior, desde el corazón para que esas tendencias enfrentadas se fundan y creen este divino linaje.
Mientras tanto, los poseedores de esta sabiduría, en ambos bandos, no utilizan sus recursos y se siguen bombardeando en un ejercicio de dominio digno de los Nahash1, donde los qlifos2 hacen su agosto a golpe de salvajes ultrajes a la condición humana.
Pero Jerusalem, ese emblema de paz, solo se “salvará” si todos aunamos esfuerzos, si empezamos por evitar las divisiones internas, las demostraciones hostiles; si pacificamos nuestro pueblo interior propugnando el Amor por encima de tendencias cainitas que destruyen los motores de la reconciliación.
El Holocausto fue una de las mayores tragedias de la humanidad que puso de manifiesto la necesidad de crear esa gran reconciliación para que el Estado Interior promueva un cambio de actitud y una mayor concienciación y para que el edificio de la razón se construya más allá de toda categorización racial o ideológica. Hay quien aun espera el Estado de Israel por la fuerza de las armas, un estado donde al fin llegará un Mesías salvador. Pero solo es la conciencia quien nos salva de la debacle y este estado solo es posible en la paz y en el Amor, cualquier otra aplicación está condenada al fracaso.
1. Luciferianos
2. Abismo
La Paz en Oriente Medio, buscando la Tierra prometida
Lo sabía, sabía que harías un articulo hermoso de un conflicto "feo". Estaría bien montar meditaciones para focalizar en enviar iluminación y amor a esa parte de "nuestra" propia tierra interior. Gracias Milena por tus reflexiones. Besoss
Gracias Esther Preciosa!
Tienes toda la razón, hay que montar meditaciones y enviar mucho amor a estos dos estados que deberían comportarse como hermanos. ¡¡Qué difícil es no identificarse!! Gracias por tus palabras siempre amorosas mi queridísima Esther!!
En respuesta a La Paz en Oriente Medio, buscando la Tierra prometida por Esther C