Analizar la primera gran crisis, la de la adolescencia, nos ayudará a tomar conciencia de cómo evitar la segunda.. y las que vengan.
Seguimos dando nuestra visión de las posibles respuestas al test de personalidad que publicamos en un anterior artículo.
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Cuando pasas por una crisis, ¿analizas a fondo qué te está aportando, para qué se está dando en tu vida? sí – no
Existen diferentes estados o periodos de crisis. El primero suele darse en plena adolescencia: mis padres no me comprenden; mis profesores son horribles y me tienen manía; mis amig@s me han traicionado; mi cuerpo no me gusta; no sé si voy a gustar, no sé a qué quiero dedicarme, y unos cuanto temas más. Lo más curioso es que no suele asociarse este periodo con una verdadera crisis, sino más bien se asume que es la edad y no se le da mayor importancia, hasta años después, una vez pasado ese periodo de total desconcierto. Es como si el adolescente no tuviese el derecho aún a declararse en crisis, cuando en realidad este proceso marcará al adulto y condicionará en gran medida su segunda gran crisis, (entre los 38 y 45 años aprox.). Si sale bien de la primera, tendrá más posibilidades de triunfar en la segunda.
Las primeras fases de desarrollo personal:
Del nacimiento a los 4 años, (aproximadamente), definimos esa etapa como la del nacimiento e impulso físico. El ser descubre que es una persona; va adquiriendo la conciencia de su cuerpo y su crecimiento, su desarrollo cognitivo resulta sorprendente en todos los sentidos.
De los 4 a los 12 años, (aprox.), es la etapa de estudios primarios; las necesidades se centran en las relaciones familiares y el entorno más inmediato.
De los 12 años a los 16, (aprox.), se descubre al adolescente y sus diferentes versiones; sus reacciones, sus deseos, sus bloqueos, sus frustraciones, el descontrol de sus emociones, los cambios en su cuerpo.
De los 16 años a los 22, (aprox.), entra a trancas y barrancas en la etapa de los estudios superiores o de una formación laboral. Se le “exige” más responsabilidad; afronta retos y sigue navegando sin timón en medio de la tormenta emocional. Su desafío es aprender a ser adulto, a dejar atrás la adolescencia, a educarse emocionalmente, a amar, a trabajar, a entender la sociedad, las relaciones personales e íntimas, y todo al son que toca el canon establecido. Estas dos últimas etapas precisamente, -entre los 12 y los 21 años aproximadamente-, son de las que nos ocupamos aquí porque en ellas se centran los factores que desencadenan la primera gran crisis.
Quien acaba de salir de la infancia tiene que descubrir progresivamente qué deberá hacer y cómo deberá comportarse en el mundo adulto. Deberá descubrir que la libertad que anhela conlleva más responsabilidad y que, en realidad, aún le sienta bien ser pequeño. Quiere más autonomía, pero todo parece “prohibido”, es demasiado joven para muchas cosas, poco maduro para otras. Se espera que sea bueno, perfecto, estudioso; que se parezca al padre, a la madre, al hermano, a un modelo social estipulado; que se espabile, que ya no sea tan infantil, pero que obedezca; que vaya al ritmo que le marca la prisa por ser, por llegar, por brillar. Tiene que aprender a ser competitivo, -más que progresar adecuadamente-, ¡debe sacar notables!; que no desentone, que se integre, que siga las modas, en fin, ¡qué sea como Dios manda!
Y en medio de tanta exigencia, ¿dónde está?, ¿cómo asume todos estos cambios? Se siente cuestionado, observado, exigido; su cuerpo cambia y no puede controlarlo; le gustaría ser más alto, más bajo, más rubio o moreno, más delgado, más grueso, más agraciado, más listo, más rico, más aceptado, más comprendido, más amado. Sus emociones y sus deseos no encajan con los de los demás. Se refugia en el grupo, en los juegos, en la droga, en una relación, en su soledad. Quiere explorar, ir más allá de las normas, estallar, probarse, retarse, tensar la cuerda, desafiar. Tiene que gustar a sus padres, a sus amistades, a sí mism@. Se construye emocionalmente, pero con muchos patrones inconscientes anclados en la estructura psíquica, (pasado ancestral, generacional y familiar), y lo ignora. Tiene una mentalidad que no ve muy claro hacia donde dirigirse y no hay manual de instrucción válido hecho a medida. La educación que recibe: ¿es el modelo a seguir o todo lo contrario? Qué le piden unos y otros, los padres, la sociedad. Qué debe o quiere estudiar, en qué formarse, en qué y dónde trabajar, y todo deprisa, no hay tiempo que perder en el “prueba-error”.
Ya tiene la mayoría de edad y el manual de instrucción que se han sacado de la manga dice que tiene que producir. Aún no comprende el mecanismo de sus emociones y ya tienes que interactuar sin fallos en una sociedad que lo atropella, que le exige una formación adulta, es mayor por decreto ley.
¡Socorro¡….y llega al galope la crisis, una crisis que no debe y no puede analizar, que no existe realmente, (la crisis reconocida es la de los 40), solo es un adolescente y es “normal” que esté “así”. Esta es una etapa que suelen “sufrir” los padres y que parece que el adolescente no se entera, solo la vive y la pasa, como todos.
El análisis profundo de esa crisis deberá hacerse en la etapa adulta. El joven no es demasiado capaz de asumir sus propias patologías cuando las está viviendo. Son los mayores los que deben estar al tanto y comprender ciertos mecanismos emocionales, para paliar, en la medida de lo posible, los efectos de esa crisis que derivará más tarde en la personalidad adulta e influenciará la segunda gran crisis. Lo que quedó oculto, lo que se reprimió, lo que no se comprendió, saldrá tarde o temprano a la superficie. Detrás de un adulto chillón, depresivo, inseguro, agresivo, pasivo, etc., siempre hay un pequeño ser desvalido que no supo encajar muchas situaciones de su vida.
Lo cierto es que afrontamos esta etapa prácticamente solos. Los padres inmersos en una vorágine productiva, se sienten impotentes, a menudo secuestrados por la dinámica social que les llevar a olvidar que ellos también fueron adolescentes y que, en muchos casos, afortunadamente, eso ya pasó.
Así vemos que la respuesta a la pregunta que formulamos queda supeditada a todos estos factores. Es evidente que mucha gente no se cuestiona el “para qué” de la crisis, es arduo remover el pasado. Recuerdo en una consulta a una mujer con serios problemas personales. Cuando le pedí que me explicara la relación con su madre, (que a primera vista parecía bastante conflictiva), me contestó, que nada, sin problemas, ¡como no la veía desde hacía 15 años!
Analizar frustraciones, motivaciones, desengaños, etc., es ciertamente agotador. A veces, solo cuando surge la segunda gran crisis, la que amenaza seriamente la estabilidad personal, material, sentimental, la alarma se dispara y el individuo toma conciencia de la necesidad de bucear en su interior. Pero en el pasado no solo se encuentra el origen de las debacles, sino también las excelencias, los tesoros ocultos, las claves del éxito después de haber sabido afrontar ciertos retos y salir triunfales de la crisis. Siempre vale la pena buscar las respuestas porque están dentro de ti.
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¿Eres capaz de mantener el control de tus emociones? sí – no
La respuesta a esta pregunta dependerá mucho de todo lo expresado anteriormente. Ese adolescente que no ha podido seguir un curso pautado para entender sus emociones, y al que se le exigía ser adulto antes de hora, con prisas por triunfar, probablemente no habrá desarrollado un método adecuado para gestionar adecuadamente sus emociones. Por lo tanto, no será de extrañar que no pueda mantener el control, ni antes, ni ahora, porque el control por sí solo no basta, no sirve, hay que entender de dónde viene la ira, la respuesta agresiva, el descontrol. Lo repetimos: la represión no sirve, la comprensión de los procesos es la clave.
Continuará…