Cuando alguien no está de acuerdo contigo, ¿haces un esfuerzo por escuchar sus argumentos? sí – no, ¿o lo mandas callar para que tu razón prevalezca por encima de todo?
Tener la respuesta en la parrilla de salida suele ser lo más frecuente. Querer tener la última palabra para dar punto y final a una discusión bloquea al adversario. Pero hacer un esfuerzo por escuchar lo que el interlocutor tiene que decirte supone un esfuerzo inteligente. ¿Cuántas veces te han cortado la palabra sin dejarte llegar al final de la explicación que querías dar para aclarar tu punto de vista?, seguramente muchas, y tú, ¿habrás hecho otro tanto?
Suele ser más fácil noquear que atender al otro. Si le das la posibilidad de argumentar hasta el final, tal vez incluso puedas cambiar de opinión respecto a tu interjección. Pero es algo que requiere un alto grado de empatía, de paciencia, de observación e inteligencia emocional. Escuchar es todo un arte, sobre todo en momentos de tensión, en los que deseas acabar la discusión cuanto antes marcando un gol al contrincante.
Quien tiene esa actitud quiere demostrar su autoridad, impone su versión, su visión, te aplasta para sentir una especie de satisfacción de superioridad. No obstante, sabemos bien que quien demuestra una actitud férrea de dominio es porque en realidad se siente muy poco seguro y necesita reforzar su personalidad con conatos de prepotencia.